Pañul: la tradición alfarera que vive en las manos de María Jorquera

A 18 kilómetros al sur de Pichilemu, en medio del paisaje rural que caracteriza a la zona, se encuentra Pañul, una localidad que guarda una de las tradiciones más antiguas y únicas de la provincia Cardenal Caro: la alfarería en arcilla de Pañul. Allí, María Jorquera trabaja cada día en un arte que considera no solo un oficio, sino parte esencial de su vida.

Su emprendimiento familiar, Artesanías en Arcilla Los Troncos, es un verdadero taller vivo. En él participan su hija y sus nietos, quienes comparten cada etapa del proceso: la compra y remojo de la arcilla, el moldeado, el secado al sol, el pulido y, finalmente, el horneado.

Para María, esta labor es motivo de orgullo. “Toda mi vida esta es mi tierra, la amo mucho. Estoy contenta donde vivo y orgullosa. Todo el día doy gracias a Dios de estar donde estoy y tener un trabajo”, comenta emocionada.

La tradición alfarera de Pañul destaca por el uso de una arcilla fina, especial, que requiere un proceso detallado antes de convertirse en piezas utilitarias o decorativas.

María lo explica con la naturalidad que da la experiencia: “La arcilla está bajo la tierra, es un mineral. Aquí todas nuestras tierras son arcillosas, pero igual uno tiene que comprar la arcilla porque está inscrita, como cualquier mineral. Aunque esté en mi terreno, igual debo comprarla… así es Chile”, dice entre risas resignadas. La arcilla se mezcla con agua, sal y caolín, un mineral que ella compra en Litueche. “El caolín es para darle resistencia a la pieza, para que quede de mejor calidad”, detalla.

El proceso es minucioso: la arcilla se cuela primero en un cedazo y luego en una media (panty) para asegurar que quede libre de arena o piedras. “Si suena algo raro cuando pulimos, buscamos la piedrita con la punta de un cuchillo y la sacamos. Es un trabajo fino, muy minucioso”, afirma.

En el taller abundan moldes de yeso creados por la propia familia. Allí se vierte la mezcla líquida de arcilla, que con el paso de las horas se adhiere a las paredes internas del molde. “El molde cumple la función de armar la pieza. Usted no tiene que meter las manos, la pieza se hace sola. Se empieza a endurecer por los costados y cuando ya está, uno lo vacía y queda la figura hecha”, explica mientras desmolda cuidadosamente un pequeño pez de arcilla.

Luego viene el secado, completamente dependiente del clima: “El sol manda”, dice María. Y si bien en verano las piezas están listas en un día, en invierno el trabajo se vuelve casi imposible.

Si algo caracteriza a la arcilla de Pañul es su acabado suave y brillante, resultado de un trabajo manual casi ritual. Cada pieza se lija y se pule con piedra, una a una, durante varias horas. “Hacer las piezas es rápido, pero el pulido es lo engorroso. Cuesta mucho pulir para dejarlo bonito. No es fácil”, comenta mientras muestra las herramientas que usa a diario. El resultado es una cerámica firme, fina, de un color característico y profundamente identitaria de Pañul.

María reconoce que este trabajo la ha sostenido, no solo económicamente, sino emocionalmente. Ha sido la forma de permanecer en su tierra, de criar a sus hijos y nietos, y de construir un emprendimiento familiar del cual sentirse orgullosa.

“Aquí en el campo antes no había trabajo, por eso la gente se iba a la ciudad. Pero yo estoy feliz. Trabajo con mi hija y mis nietos… contenta de hacer lo que hago y más todavía de que vengan a verme y conocer mi trabajo.”

La tradición alfarera de Pañul vive gracias a personas como María Jorquera: mujeres que transforman la tierra en arte y que mantienen encendida una de las expresiones culturales más relevantes de la provincia.

En 2023, reconociendo la labor de los artesanos de Pañul, el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI) reconoció a la Agrupación de Ceramistas de la zona con la denominación de origen a la cerámica local por ser “única en su clase”.

Y mientras el horno de la señora María calienta y sus manos moldean, Pañul sigue escribiendo su historia en arcilla.