Ciruelos celebra a San Andrés: una tradición que vive desde 1864

Cada 30 de noviembre, el pequeño y apacible pueblo de Ciruelos se transforma. Su calle, habitualmente silenciosa, se llena de miles de feligreses que llegan desde distintos rincones de la provincia Cardenal Caro y de sectores rurales de la costa para honrar al apóstol San Andrés, patrono de la histórica parroquia erigida en 1864. Es una devoción que ha sobrevivido más de un siglo y medio, profundamente arraigada en la vida comunitaria, en la memoria local y en la identidad de un territorio marcado por la fe y la tradición.

La figura de San Andrés,según recuerda el cronista pichilemino José Arraño Acevedo, remonta su veneración en esta zona a una unión casi providencial entre historia, linajes y decisiones pastorales. El apóstol, crucificado en una cruz en forma de aspa en Grecia, fue declarado patrono de Escocia en el año 747, cuando el rey Gangus trasladó sus reliquias desde Bizancio. Aquella devoción escocesa, custodiada por el clan Ross, encontró eco siglos más tarde en la naciente parroquia costina de Cáhuil, cuyo territorio abarcaba a Pichilemu. Y no es casual: Agustín Ross Edwards, creador del balneario pichilemino, era descendiente de ese mismo clan.

Interior de la parroquia de Ciruelos.

Cuando en 1854 el arzobispo Rafael Valentín Valdivieso recorrió la zona y decidió elevar la viceparroquia a parroquia de Cáhuil —con sede en Ciruelos—, escogió a San Andrés como protector de la nueva comunidad. Lo hizo, posiblemente, considerando que gran parte de sus habitantes vivían de la pesca, tanto en el océano Pacífico como en la laguna de Cáhuil. Diez años después, el 30 de noviembre de 1864, el prelado fijó los límites parroquiales y dejó oficialmente bajo el amparo del apóstol a los fieles de la costa pichilemina.

Uno de los episodios más entrañables de esta historia es la llegada de la imagen de San Andrés al pueblo. El primer párroco, Pedro Aguilera, consultó en misa qué color debía tener la túnica del santo que sería encargada a Europa. Tras un breve silencio, un feligrés respondió: “¡Cardenillo, señor Cura!”, refiriéndose al color de la flor del cardo que abundaba en la zona. Así llegó la efigie de cartón piedra, probablemente desde España, desembarcada en Valparaíso y luego trasladada por tren hasta Pelequén. Desde allí, un grupo de vecinos la llevó en andas por diversos poblados hasta Ciruelos, pernoctando en casas del recorrido y anunciando el arribo del nuevo patrono.

En ese trayecto ocurrió uno de los hechos más recordados, bordeando la leyenda: la romería hizo su última parada en la hacienda San Antonio de Petrel, donde vivía José María Caro Martínez. Su esposa, Rita Rodríguez Cornejo, embarazada, se arrodilló ante la imagen y rogó que, si su hijo nacía varón, fuese llamado al sacerdocio. Aquel niño sería José María Caro Rodríguez, el primer cardenal chileno. La tradición oral mantiene vivo este episodio, plasmado en versos como los que rescata Antonio Álvarez Gaete: “Se lo ofrezco a mi Señor / si nace un hijo varón / que se lo quede pa’ Él”.

Vista de la parroquia desde la plaza.

Hoy, esa historia se entrelaza con la identidad de Ciruelos, que cada año revive una de las celebraciones religiosas más antiguas y concurridas de la región. La vieja callejuela del villorrio se desborda de vendedores, visitantes, devotos y familias que llegan a pagar mandas, acompañar la procesión y agradecer favores. La imagen de San Andrés vuelve a salir del templo, como lo ha hecho desde el siglo XIX, para recorrer el pueblo entre rezos, cánticos y tradiciones que se han transmitido de generación en generación.

En un tiempo en que se ha perdido la devoción religiosa, la fiesta de San Andrés en Ciruelos se mantiene fuerte, auténtica y cargada de memoria. Es un encuentro con la fe, pero también con la historia común de la provincia Cardenal Caro, un territorio donde las raíces rurales y la religiosidad popular siguen marcando el pulso de la vida cotidiana.

Este 30 de noviembre, Ciruelos nuevamente se iluminó: no solo por la devoción a su santo patrono, sino por el orgullo de preservar una tradición que ha acompañado a su gente durante más de 160 años.

La figura de San Andrés frente a la parroquia.