Salvemos la casa de los abuelos del cardenal José María Caro

Hoy tuve la oportunidad de visitar, junto a Jorge e Irma Nasser, un lugar que guarda una profunda importancia histórica y emocional para nuestra comuna de Pichilemu: la antigua casa de los abuelos paternos del cardenal José María Caro, Pedro Pascual Caro Gaete y Cayetana Martínez Ríos, ubicada en la Quebrada de Nuevo Reino.

Esta residencia, que fue testigo de los primeros años de vida del cardenal Caro, se encuentra hoy en un estado deplorable. Comparado con mi visita de hace tres años, el deterioro es evidente y alarmante. Las paredes que alguna vez albergaron historias de familia, fe y tradición, ahora se desmoronan bajo el peso del tiempo y el abandono.

En sus memorias, el cardenal Caro relata con cariño y detalle cómo esta casa fue el escenario de su infancia. Describe cómo sus abuelos “se retiraron de la hacienda para vivir en una posesión heredada por la abuela Cayetana Martínez, a cuyo suelo mi padre agregó, primero por arriendo y después por compra, una extensa falda de cerro apta para siembras de trigo o cebada y crianza de ovejas”. Este lugar, ubicado a una legua del caserío de Ciruelos, no solo fue su hogar, sino también un espacio donde la fe y la familia se entrelazaban.

El cardenal recuerda con especial afecto a sus abuelos, quienes “eran ya de edad, por lo menos de sesenta años y más. Eran muy religiosos. El abuelo por cierta enfermedad a las piernas no podía andar a caballo sino de lado, apoyando en una tableta los pies. Siempre iba a misa el día domingo y a veces por las noches a las misiones, llevándome a mí”. Estas palabras nos hablan de un hombre que, a pesar de sus limitaciones, mantenía una profunda devoción y un amor por su familia que dejó una huella imborrable en su nieto.

La casa también fue testigo de momentos cotidianos llenos de significado para el religioso: “Por las tardes, en las vísperas de la cena o comida, yo era ordinariamente su único compañero. Solía a veces divagar con viajes por tierras lejanas, y pensaba que a mí pudiera tocar realizar sus sueños”. Un tiempo en el que la vida transcurría con sencillez. Asimismo, relata los sacrificios que implicaba asistir a la escuela, ya fuera a caballo o a pie, y las largas jornadas de aprendizaje junto a su hermana mayor Rita, quien le enseñó sus primeras letras.

“El abuelo era apasionado por tener árboles frutales: plantó dos pequeños huertos, de uno de los cuales logré poca fruta; el otro era una plantación de duraznos de distintas clases, mi hermana mayor y yo los observábamos cuando empezaban a madurar, y tengo el recuerdo de que los primeros que maduraban los llevábamos a los abuelos”, dice el cardenal.

Además, el cardenal Caro relata cómo la vida en la Quebrada de Nuevo Reino estaba marcada por la sencillez y la abundancia de lo esencial: “En el campo, en aquellos tiempos, al menos, la comida era sana y suficiente: buen pan de todo trigo, buena leche, harina de trigo tostado, no faltaba la carne de vaca, de cordero o de chancho y de aves, se vivía a lo pobre, pero bien. El mate era la bebida que se ofrecía a las visitas que solían tener el mismo gusto”. Un estilo de vida que, aunque modesto, estaba lleno de calidez humana.

Sin embargo, este lugar que albergó tantas historias está en peligro. Las paredes de adobe, los huertos que alguna vez dieron frutos y los rincones donde se encendían velas ante la imagen de la Virgen del Carmen están a punto de desaparecer. Este lugar es un símbolo de nuestras raíces, un testimonio vivo de la historia de Pichilemu y de la vida de una de las figuras más importantes de la Iglesia Católica en Chile. Sin embargo, el tiempo no perdona, y si no actuamos pronto, este patrimonio histórico desaparecerá para siempre.

Es urgente que tomemos medidas para proteger y restaurar este inmueble. Debemos preservarlo no solo como un homenaje al cardenal Caro y su familia, sino también como un legado para las futuras generaciones, que merecen conocer y valorar la historia que nos define como comuna.

Hacemos un llamado a las autoridades y a todos los habitantes de Pichilemu a unir esfuerzos para rescatar esta casa. Necesitamos documentar, restaurar y conservar este espacio antes de que sea demasiado tarde. Esta casa de la Quebrada de Nuevo Reino y su historia no pueden quedar en el olvido.

Como bien decía el cardenal Caro, citando un antiguo dicho: “Quien no sabe de abuelo no sabe de bueno”. Hoy, más que nunca, debemos honrar a quienes nos precedieron, protegiendo los lugares que guardan sus memorias y enseñanzas. El tiempo corre, y la casa de los abuelos del cardenal Caro nos necesita.